lunes, 30 de noviembre de 2009


Todas las frases que tengo colgadas en mi armario huelen a tabaco, como la ropa de los viernes, como mi nombre cuando lo pronuncias tú. Todas y cada una de ellas tienen un sabor amargo, como tus besos ahora que la sonrisa se cotiza mucho más alta, como una despedida con movimientos secos de cabeza. Las tengo colocadas por orden cronólogico, suiguiendo una progrsión geométrica dónde la razón es esa falta de cariño, ese hablar por hablar, ese mirar los asientos de los trenes, palmo a palmo, dedo a dedo, sueño a sueño. Y es que todo se pone en mi contra, hasta yo mismo, cierro los puños y voy rompiendo cada una de las fotos, cada uno de los discos que me regalaste, y piso sin orden ni concierto todas esas canciones que encerraban nuestros abrazos entre las lineas de los pentagramas. De repente, me paro, me sosiega el chorro de aire que penetra por la ventana entrabierta, me calma el silencio de la noche, en silencio todo es más armónico, todo parece adquirir un orden y pienso, sin saber que estoy pensando, pienso, no me doy cuenta de que todo ha acabado hasta que percibo el olor a tabaco, entonces percibo un atisbo de raciocinio, la locura ha pasado, tú ya no eres la misma que en el pasado, yo soy pasado.

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