jueves, 6 de enero de 2011

En la infinidad de un segundo, sientes el mundo descongelarse en sus ojos. La ingravidez de los pensamientos, flotando en ese desierto de desconcierto y hastío que sucede al desastre, la oscuridad que suministra el desaliento, así como la perturbación que nace del desamparo de sus palabras, y cada uno de los veinticuatro latigazos que recibo al aumentar la distancia entre sus miedos y mis quehaceres, hacen de este estado actual, algo patético e incontrolable.
Miras la cama vacía una y otra vez y recuerdas el mechón de pelo que se alejaba de los demás, indiferente, ajeno al orden establecido, campaba a sus anchas por su cara sin ser consciente que el rostro que acariciaba, me lo he imaginado de mil maneras y en todas las tonalidades, que esa pálida tez, quizá me haya costado trescientas horas de sueño acumulado por no hablar de los pensamientos en blanco que se han ido a la papelera tras emborronarlos con algunas de esas ideas insustanciales que rondan mi cabeza.
De todas formas dicho mechón no es el culpable de esta agonía, tampoco esta entrada que soporta tal majadería. Miro mi cama y me imagino con ella dentro. Así mejor, mucho mejor. Y hasta aquí puedo contar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Empiezas el año de la misma forma que lo acabaste, escribiendo de pm., no dejes de contar, por favor.