miércoles, 15 de julio de 2009


El lóbrego sentimiento que sigue al arrepentimiento, no es otra cosa, que la percepción de un daño causado sin alardes de victoria, sin champagne ni alevosía, sin la resaca posterior al triunfo.

Es el llanto obligado de la conciencia, es el sabor a whiskey añejo corriendo por las venas del desaliento.


Y ese malestar que surge y no te permite cruzar el espejo, ni pensar más de un segundo en tí mismo, ni abrir la boca para bostezar, no sea, que el bostezo contenga altas dosis de ponzoña. Es un estado de luto y silencio estruendoso, de oscuridad resplandeciente, de ser y no ser, de fijar la mirada en la luz más próxima y romper a llorar para poder sufrir en primera persona el dolor provocado, las lágrimas que otros derramaron por ti.


El arrepentimiento puede llegar a doler más que cualquier otro mal, pero arrepentirse en cambio, es símbolo de libertad de elección. La elección del error tiene como imagen la elección de sentir lo sentido, de amar lo dañado.



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