miércoles, 17 de junio de 2009


En un ir y venir de lágrimas nuestra vida se esfuma como Tim Robbins en Cadena Perpétua, no sabemos que hay detrás de ese retrato de Rita Hayworth clavado con chinchetas en la pared, nosotros lo miramos una y otra vez, quedamos embelesados con su melena, con su mirada penetrante, con esa suavidad que desprende, con la intención de seducirla, de agarrarla por esa cintura perfecta, de llevarla lejos del casino y que en una habitación completamente vacía se quite lentamente el guante, poco a poco, delicadamente, sensualmente, ella sólo debe ocuparse del guante, que yo, conocedor de su falta de pericia con las cremalleras, llevo largos meses practicando con las faldas de los escaparates, con las faldas de los trenes, con las faldas de mis amantes.

Repentínamente me despierto y veo que el retrato sigue en su sitio, con la misma pose, con la misma mirada, con la misma melena, con los guantes... obviamente no hay habitaciones vacías ni cremalleras que romper con los dientes, todo era producto de ese erotismo que conllevan los sueños, y la decepción es terrible, trágica, y entonces tengo unas ganas terribles de romper a llorar y lo hago sin ningún tipo de pudor, con total libertad, nadie nos pone trabas a la hora de llorar, a veces no es el momento ni el lugar oportuno, pero el lecho siempre es el sitio perfecto para desgastar los sueños irrealizados, las ilusiones rotas, y todos los restos van a parar al colchón y se van litificando lentamente, se cumple el proceso de las rocas erosión, transporte etc

Despues de este duelo de floretes desgastados la realidad siempre vueleve a la cama con una vizcaina clavada entre dos costillas, y se acuesta sobre rocas somnolientas sin pensar que hay detrás del retrato de Rita, sin saber que la vida picará un trozo de tabique esta noche, como de costumbre, hasta que finalmente consiga escapar-

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