viernes, 18 de noviembre de 2011

En la derrota todos somos iguales. Todos sucumbimos ante un futuro incierto. La derrota trae consigo un saco agujereado de dudas que caen en hilera dibujando un Kandisky alrededor de tu sombra. La derrota te agarrota, cambia el espejo de tu cuarto de baño, hasta modifica el sabor de tu dentífrico.
Soy un perdedor crónico en esta acera sobre la que se acolchan mis pasos y es que pierdo conmigo mismo cada noche. Suelo descender cada temporada a 4ª regional en las relaciones sentimentales y por si fuera poco, escucho a Nacho Vegas diariamente.
Por eso sé de lo que hablo. Sé lo que es perder los autobuses interurbanos tras correr los 100 metros lisos (o no tan lisos). Conozco suficientemente bien el fracaso que produce un "No" a destiempo, una frase mal abrochada y una bragueta abierta y desconocida en las manos de tu pareja.
El consuelo que me queda, es que en la derrota todos somos iguales. Guapos o feos, ricos o vagabundos, pero al fin y al cabo perdedores y perdidos en este saber vivir "a pesar de".

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